ELEGIDA, BENDECIDA, ENTREGADA
Si quieres conocer a una persona
No le pregustes lo que piensa, sino lo que ama.
San Agustín
Deseo compartir en estas cortas líneas lo que ha sido la experiencia de sentirme mujer vocacionada. Creo que Dios me ha llamado desde siempre y para siempre. Me siento una mujer elegida, bendecida y entregada. Dios en su infinito amor y misericordia contó con mis debilidades y flaquezas y también con mis fortalezas y talentos para realizar su obra en mí.
Elegida por él y llamada por mi nombre, ha supuesto que me llamó con mi historia personal, con mi vida amasada entre sus manos y con todo lo que soy. Viví en un ambiente donde se me mostró a un Dios cercano. La familia, el colegio, la parroquia fueron ámbitos que dibujaron en mí a un Dios entrañablemente maternal.
Desde muy joven sentí una llamada especial de Dios en mi vida. No tenía ni idea de cómo podía responderle, ni que camino había que transitar para dar respuesta a lo que iba sintiendo. A una de las hermanas del Colegio le dije que quería ser religiosa y qué tenía que hacer para que ese sueño se cumpliera. Aquella hermana se sonrió pues intuí que ella esperaba por esa pregunta.
Me sentí bendecida de haber encontrado a Dios en la vida sencilla de mi hogar, en la calidez y ternura de las hermanas, sobre todo en su fraternidad, en su alegría y en su vida de oración.
Inicie mi proceso vocacional junto a otras jóvenes que como yo se preguntaban qué quería Dios de ellas.
Así comenzó esta historia que ya lleva 22 años. Nunca podré olvidar aquel día sentada debajo de un árbol, viendo como una hermana daba catequesis en el barrio. Mi corazón dijo: quiero ser como ella. Infinidades de experiencia me fueron confirmando que Dios me llamaba a la Vida Religiosa y me llamaba en una congregación concreta llamada: Hermanas de la Presentación de la Virgen María de Granada. En esta familia religiosa conocí al Dios de Jesús, experimenté el amor de Dios y se me dio como regalo a María Niña, siempre disponible, orante, sencilla y pequeña. Todo esto cautivo mi vida.
Decir si, para siempre, para toda la vida, aquí estoy Señor ha sido una experiencia espiritual que se ha ido madurando y consolidando. Ser religiosa ha sido una experiencia de plenitud, de entrega y de confianza en aquel que me llamó. En mi primera profesión le dije: como el barro en manos del alfarero… al pasar los años y decirle si para siempre, en mi profesión perpetua mi entrega se fue madurando en: Solo Dios… Hoy puedo expresar que nadie puede arrebatarme ya tanto gozo compartido, tantos momentos de encuentro, tantos detalles de amor encendido, tanta complicidad. Algunos pudieron pensar que perdía mis años en esta entrega, pero yo en mis adentros, allí donde guardo memoria de mí, sólo encuentro emociones profundas, experiencias inolvidables y una profunda alegría callada, que muy pocos entienden. Porque me sedujiste Señor y me deje seducir.